junio 11, 2015

Prurito

Por Jose Torres

El primer caso conocido de esta extraña patología se registró en Porvenir, una pequeña ciudad al sur de Chile que la fiebre del oro puso en el mapa en la segunda mitad del siglo XIX. Ezequiel Bravo, modesto pastor metodista, fue el primer caso del que se tiene constancia. Los primeros síntomas empezó a sentirlos en el transcurso de un oficio; tenía una desagradable comezón en los brazos, que no podía mitigar rascándose disimuladamente; apenas se podía concentrar. Para sorpresa de los feligreses evitó la lectura de los evangelios, pasando directamente a la comunión que celebró con evidente prisa. Al quedar vacía la iglesia no apreció ningún enrojecimiento en la piel, más allá del provocado por sus propias uñas. Esa noche ya no pudo dormir. Lo que comenzó con una molestia en los antebrazos, se extendió por todas las extremidades, después el torso y finalmente la espalda. La primera ocasión en que Ezequiel se presentó en el centro de salud, atribuyeron sus síntomas a una intoxicación de tipo alimentario. En vano intentó explicarles que seguía la misma dieta desde hacía mucho tiempo. En las semanas posteriores, en las que Ezequiel siguió acudiendo a la consulta, fue diagnosticado de alergia, si bien el alérgeno era modificado en cada ocasión. La lista de elementos causantes era cada vez más extensa. Por más precauciones que tomase, el picor persistía.

Tras unas semanas aparecieron nuevos pacientes con los mismos síntomas. Ninguno de ellos había tenido contacto con Ezequiel. Los distintos remedios recetados por el doctor se mostraron ineficaces para disminuir el desagradable picor. A pesar de que el número de afectados no paraba de crecer, las autoridades no tomaron en consideración las advertencias que desde Porvenir se hicieron a la capital de la región. A nadie le importa lo que pueda suceder en un lugar tan recóndito. En un par de meses el extraño fenómeno ya había llegado sucesivamente a Punta Arenas, Temuco y Angol. La noticia de una extraña afección empezó a hacerse un hueco en los titulares de la prensa local. No es hasta que los síntomas afectaron a los habitantes de Concepción que los noticieros nacionales dedicaron su atención a este extraño acontecimiento. Investigadores de las distintas universidades chilenas se desplazan a la zona afectada, y el ejército intenta mantener a los afectados en cuarentena. Cuando el prurito llega a Santiago ya se tiene conocimiento de casos similares en Argentina y Uruguay. Casi un año después de su inicio, todo el continente americano ha sucumbido a la desconocida irritación cutánea. Los más prestigiosos centros médicos del mundo envían a sus investigadores, que realizan pruebas de todo tipo para intentar detectar el agente causal de esta enfermedad. Pese a sus esfuerzos, no obtienen ningún éxito. En las muestras recogidas a los pacientes no se ha podido detectar elemento químico alguno ni patógeno que esté relacionado con el prurito. Tampoco consiguen determinar su modo de propagación. Nada parece contenerlo; ni los trajes de protección individual, ni las más estrictas medidas profilácticas. El mal avanza como una oleada implacable. No falta quien ve en este fenómeno la mano de Dios, que envía sobre su creación una nueva plaga. Paradójicamente, ni siquiera estos profetas pueden escapar a los picores.

Pasados dos años ya no hay en toda la tierra un solo habitante que no padezca los síntomas de esta nueva afección. Cuando la medicina convencional se muestra incapaz de proporcionar una solución al problema, surgen remedios alternativos: brebajes, píldoras milagrosas, emplastos, pociones, cremas, potingues, ejercicios, acupuntura, psicoterapia, hipnotismo, sacrificio de animales, rezos, peregrinaciones e incluso una secta que quiere ofrecer la inmolación de víctimas propiciatorias.

El tiempo pasa y con él los años y el picor no remite. Poco a poco la gente se acostumbra a la nueva situación. Ya no le extraña a nadie ver a los demás contorsionándose ridículamente hasta alcanzar el trozo de piel donde el prurito es más intenso. Todo empieza a verse con la naturalidad de un proceso fisiológico, como quien asiste a un simple parpadeo. En todas las ciudades se habilitan postes triangulares donde poder aliviar la comezón de la espalda. Muchos han aprovechado la coyuntura para hacer negocio; así, prosperan las fábricas de palos rascadores. Los modelos se multiplican; existe un rascador para cada persona. Abarcan el espectro que va del modesto plástico a la elegante plata, de la sofisticación del ébano, al vinilo postmoderno; los podemos personalizar, escogiendo el tamaño y la forma, todo ello con una inmensa paleta de colores; se populariza llevar tu nombre escrito en él. También se hacen un hueco en el mercado los guantes especiales para evitar los arañazos y los sillones con rascador automático. Algunas cosas ya nunca serán iguales. Las personas ya no se saludarán con un beso o dándose la mano, sino que lo harán rascándose mutuamente los brazos. Por lo demás, la vida sigue su curso. Los profesores regresan a la universidad y los sacerdotes al púlpito, los abogados defienden sus casos en el estrado, y los actores se enfrentan al público para volver a ser Hamlet. Nacen nuevos individuos, que se rascan desde el primer hálito, guiados por el instinto. Sólo unos pocos hombres y mujeres, los más ancianos, recuerdan que existió un mundo en que el ser humano vivía sin contorsionarse por el picor. Cada vez les resulta más difícil encontrar a alguien que escuche sus historias, que como su memoria, van diluyéndose lentamente en la bruma del tiempo.

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