octubre 27, 2013

Desesperación

Desesperación
por Jose Torres 


Pasan de las dos de la madrugada. La ciudad duerme. Casi toda. Existen distintas formas de no dormir. Hay una pragmática, la que te obliga a conducir un taxi por calles vacías o amasar el pan en la desmayada luz de un obrador. Otras son más lúdicas. En este preciso instante es muy probable que alguien estará alcanzando el culminante momento del orgasmo, acompañado o no, aunque acompañado no siempre significa compartido. También es posible que trabajo y placer crucen sus caminos, pues hay en el mundo quien se gana su sustento alcanzando o haciendo alcanzar orgasmos. Ninguno de estos casos es el mío. Mi insomnio hoy es menos lúdico y/o pragmático. Los dos imbéciles de abajo, con sus voces monocordes de disco escuchado al revés, me rompen el sueño. Allá en el nuevo continente añadirían que también les rompen las pelotas. Ni siquiera son una pareja teniendo sexo. Sería más ameno, más humano, más compensible. Al menos, podría darle uso al estetoscopio. Lo de los imbéciles entra más bien en la categoría de las invasiones bárbaras. Cuánta palabra para no decir nada. Qué manera más absurda de despilfarrar el silencio. Siento la misma desesperación de Meursault cuando le privan del tabaco en la cárcel. Yo vivo también en una prisión, sin barrotes, de paredes invisibles y metafóricas unas veces, de una fisicidad verde manzana las otras. Éstas y aquellas encierran un espacio cada vez más estrecho. Ya no cabe ni el silencio, y eso, he de asumirlo, es parte de la pena. ¿Mi crimen? Ser, existir como este ente que soy yo mismo.