noviembre 10, 2013

Caos (II)

Caos (II)
por Jose Torres


La vida es como un largo etcétera. Un mañana como ayer. Silencio.  No sos vos, soy yo, aunque también un poco tú. Más silencio. Estoy solo en esta isla. Viernes resultó ser un coco y tampoco me entiende. Dormido, a veces, parezco normal. Monotonía de lluvia tras los cristales. Monotonía de vida ante los cristales. Si sólo me hubieran robado el mes de abril, al menos me quedarían once. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, lo cual habla bastante mal de mi vida. Miénteme, dime que quieres a mis padres. Murió como un héroe, practicando sexo oral con la nariz congestionada. Si tú me dices ven, es que algo quieres de mí. ¿Hablo yo o pasa un carro? Mejor que pase un carro. Tócala otra vez. Eso se paga aparte del polvo. Más silencio. Eres lo que más quiero en el mundo, dijo mirándose a un espejo. Un día me moriré, aunque sea lo último que haga en la vida. Fin.

octubre 27, 2013

Desesperación

Desesperación
por Jose Torres 


Pasan de las dos de la madrugada. La ciudad duerme. Casi toda. Existen distintas formas de no dormir. Hay una pragmática, la que te obliga a conducir un taxi por calles vacías o amasar el pan en la desmayada luz de un obrador. Otras son más lúdicas. En este preciso instante es muy probable que alguien estará alcanzando el culminante momento del orgasmo, acompañado o no, aunque acompañado no siempre significa compartido. También es posible que trabajo y placer crucen sus caminos, pues hay en el mundo quien se gana su sustento alcanzando o haciendo alcanzar orgasmos. Ninguno de estos casos es el mío. Mi insomnio hoy es menos lúdico y/o pragmático. Los dos imbéciles de abajo, con sus voces monocordes de disco escuchado al revés, me rompen el sueño. Allá en el nuevo continente añadirían que también les rompen las pelotas. Ni siquiera son una pareja teniendo sexo. Sería más ameno, más humano, más compensible. Al menos, podría darle uso al estetoscopio. Lo de los imbéciles entra más bien en la categoría de las invasiones bárbaras. Cuánta palabra para no decir nada. Qué manera más absurda de despilfarrar el silencio. Siento la misma desesperación de Meursault cuando le privan del tabaco en la cárcel. Yo vivo también en una prisión, sin barrotes, de paredes invisibles y metafóricas unas veces, de una fisicidad verde manzana las otras. Éstas y aquellas encierran un espacio cada vez más estrecho. Ya no cabe ni el silencio, y eso, he de asumirlo, es parte de la pena. ¿Mi crimen? Ser, existir como este ente que soy yo mismo.   

septiembre 02, 2013

Nighthawks

Nighthawks
por Jose Torres


Había estado caminando toda la tarde sin rumbo, callejeando sin otro propósito que el de dejar pasar el tiempo hasta que el cansancio le hiciera regresar a casa. Las ventanas de los edificios se iluminaban como ojos que despiertan de su letargo y las calles, poco a poco, iban quedando desiertas. El bullicio de la ciudad cedía ante los murmullos de la noche. Miró el reloj. Era tarde, las diez pasadas, pero se encontraba bien en la penumbra de aquellas calles solitarias. Tan sólo estaba un poco cansado. Le apetecía descansar los pies y tomar algo. Pensó en ir a Phillies.  

- “Sí, Phillies siempre está abierto”, pensó para él.

Le gustaba especialmente aquel bar. A esas horas casi siempre estaba vacío y cerraba muy tarde. El propietario tenía problemas de insomnio y apenas daba conversación.

Dos calles antes de llegar a Phillies, ya vio su rotunda luz blanquecina iluminar la esquina. A través de sus enormes cristales distinguió al camarero que aparecía como una mancha lechosa tras la barra roja. Había también un hombre y una mujer, sentados casi frente a frente, en cada uno de los lados de la barra triangular, aunque separados por la distancia que existe entre dos mundos que nunca llegarán a encontrarse.

Al entrar tomó asiento al lado de la mujer. Le llamó la atención su elegancia, impropia de un local tan modesto y solitario.

- Un café. Perdone señorita, ¿tiene fuego?
- Le doy fuego si me invita a un cigarrillo

Sacó del bolsillo un paquete ya abierto, y con un sutil golpe de su índice, dos cigarrillos asomaron por la abertura. Ella acercó sus manos largas y cuidadas, y con la sutileza de sus dedos índice y pulgar apresó uno de los pitillos y se lo llevó a los labios. Eran carnosos, y estaban pintados de un color rojo pálido que sin embargo no dejó ninguna huella en la boquilla. Del taburete de la derecha rescató su bolso y lo puso sobre la barra. Tras uno segundos de búsqueda sacó de su interior un Zippo en el que podía leerse la siguiente inscripción “Good luck”. Encendió su cigarrillo y se dispuso a encender el de él, que ya colgaba de sus labios. La mujer se dio cuenta de que él miraba con atención el encendedor.

-“Fue un regalo”, dijo ella. Lo puso sobre la palma de su mano y mirándolo siguió: “Quien me lo dio, dijo que siempre que leyera la inscripción tendría buena suerte”.
-¿Y funciona?
-Unas veces sí, y otras veces no.

Él esbozó una sonrisa y tomó un sorbo de café.

- Si bebe usted café no va a poder dormir
- Hoy no tengo ganas de volver a casa
- ¿No le espera nadie?
- No. Dijo él soltando una bocanada de humo. ¿y a usted?, ¿tampoco la espera nadie?
- Quien debería esperarme está ahora a 35000 pies, en algún lugar cerca de Boston.
-¿Está usted casada con un piloto?
- Prometida.
- Bonita profesión
- Bonita y solitaria
-¿Y usted a qué se dedica?
- No me llame de usted, no me gusta.
- Bueno, pues ¿a qué te dedicas?
- Soy abogada
- Un adalid de la justicia.
- Mi trabajo no tiene nada que ver con la justicia. No creo que la justicia exista siquiera. Creo en mis clientes en todo caso, y no en todos.

Nada más terminar la frase dio una calada profunda y preguntó:

-¿Y tú?, ¿a qué le dedicas tu tiempo?
- Trabajo para el gobierno, en el ministerio de agricultura.
- Nunca lo hubiera pensado -Se quedó mirándolo un momento -. No sé, tienes aspecto de ser de los que sueñan despierto.
-¿Y qué creías que era?......¿taxidermista?

Ella rio alegremente.

-No, pero no te hacía trabajando en algo tan terrenal.
-Tienes unos ojos preciosos -dijo él de repente- . Seguro que tu piloto piensa que son más azules que el mismo cielo.
-Sí, bueno, no sé. No es muy aficionado a decirme lo que piensa sobre mis ojos. La verdad es que no es muy aficionado a decirme qué piensa sobre cualquier cosa.

Dio otra calada profunda.

-Bueno, creo que me voy a ir – dijo ella con pena -. Debe de estar a punto de llegar y quiero estar cuando llame. Gracias por el pitillo y la compañía.
-Gracias a ti por el “Good luck”.

Ya al lado de la puerta, se volvió.

-Por cierto, me llamo Mary.
-Joseph
-Buenas noches
-Buenas noches