noviembre 09, 2012

El Viento


Entre análisis y análisis, no puedo dejar de mirar por la ventana, y comprobar que mi cabeza está tan agitada como las copas de las jacarandas que mece el viento. Qué pocas cosas hay que me resulten tan desapacibles como el viento. Supongo que de su mano, sufro una regresión a la infancia y a los primeros miedos, cuando, en la soledad de mi habitación, escuchaba bajo las sábanas la desgarrada voz de su lamento, prolongado y agudo, como el aullido de un lobo tan cercano, que casi podía tocarse con la punta de los dedos. Y es que el viento es un ser vivo, enfadado y violento, que grita desesperado y se retuerce para escapar de su cautiverio sin muros.

Dicen que vivir bajo su influencia acaba trastornando a la gente. Quizá se lleva con él nuestro último rastro de razón, arrancado  pedazo a pedazo, con el zarpazo sonoro de sus garras invisibles, dejando tras de si la devastadora huella de la pérdida y el olvido.

Sin embargo, el viento siempre anuncia su llegada con una elegancia delicadamente bella, y tanto en los amaneceres como en el crepúsculo del día, el cielo se tiñe con un difuminado tono rojizo. Estas últimas tardes, desde la ventana del despacho, veo los afilados esqueletos de los chopos recortarse en ese cielo sonrosado, y una sensación de plácida melancolía me reconcilia temporalmente con el mundo.

 Jose Torres
Montaje de Vídeo: Ingrid Stevens

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